Por Agnieszka Bozanic
28 mayo 2020
Corría el año 1987 y las integrantes de la Red Mundial de Mujeres por los Derechos Reproductivos acordaron declarar el 28 de mayo como Día Mundial de Acción por la Salud de las Mujeres. El objetivo de este manifiesto era reafirmar el derecho a la salud como un derecho humano básico al que todas las mujeres, independiente de su edad, debían acceder sin restricciones o exclusiones.
En el año 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) creó la Estrategia Mundial para la Salud de la Mujer, el Niño y el Adolescente para el 2016-2030. Según la misma organización, esta estrategia se “centra en la protección de las mujeres, los niños y los adolescentes que viven en entornos humanitarios y frágiles y en la realización de su derecho humano a gozar del grado máximo de salud que se pueda lograr, incluso en las circunstancias más difíciles”. El objetivo principal es poner fin a la mortalidad prevenible de mujeres, niños y adolescentes, de mejorar en gran medida su salud y bienestar y de realizar el cambio transformador necesario para configurar un futuro más próspero y sostenible”. Lo que parece olvidar la OMS es que el ciclo vital no termina en la adultez, que la vejez existe y que las mujeres mayores son una población particular con necesidades específicas.
Este por esto que año, y más que nunca, el llamado es a recordar, difundir y reivindicar el derecho de las mujeres mayores a gozar de una salud física, mental y sexual, de calidad. Esto pues las mujeres mayores arrastran diversas formas de discriminación que se entrelazan y las convierte en el grupo etario más vulnerabilizado.
La vejez tiene cara de mujer. De acuerdo con los datos de la Casen 2017, se registraron 3.439.599 personas mayores en Chile, de las cuales el 55.7% corresponden a mujeres. Si hablamos de cuarta edad, 573.271 personas señalaron tener 80 años o más, de las cuales el 63,3% son mujeres.
Expertos señalan que la vejez es más precaria en las mujeres. Las mujeres tienen una mayor expectativa de vida (83.4% en mujeres v/s 77.4 años para hombres). Una mayor sobrevida, pero no siempre está acompañada de una buena calidad de vida, la cual depende de las condiciones actuales y -sobretodo- de las condiciones en que han transcurrido sus vidas.
Solo por dar algunos ejemplos, las mujeres mayores presentan más enfermedades mentales y cardiovasculares. Las mujeres tienen menos acceso a los servicios sanitarios y mayor prescripción de medicamentos. Las mujeres mayores tienen menos protección social pues los trabajos están concentrados principalmente en sectores informales, agropecuarios y de servicios. Las mujeres mayores se jubilan con una pensión menor o igual a $158.353. Las mujeres mayores están más expuestas a situaciones de abandono, aislamiento, violencia y maltrato en cualquiera de sus formas.
Es hora de migrar hacia una política en salud con enfoque gerontológico, de género y de derechos humanos. No podemos seguir dejando atrás a las “parias de las parias”, esas miles de mujeres mayores que se sustentan la economía de este país gracias a su trabajo no remunerado invisibilizado. A aquellas que proveen apoyo en labores domésticas, de acompañamiento y de cuidados de sus parejas, hijas, hijos, nietas y nietos. Aquellas que desean ser vistas como sujetas de derechos en vez de objetos de caridad presos del acérrimo asistencialismo que es nada más que edadismo positivo. Aquellas que merecen salud de calidad, tengan la edad que tengan.