La llegada a Netflix del último trabajo de Maite Alberdi, preseleccionado en dos categorías de los Oscar, no sólo amplió el alcance de la cinta; también reabrió discusiones en redes sociales sobre los límites entre documental y ficción, así como diversas preguntas en torno a los consentimientos y autorizaciones involucradas para registrar la cotidianidad de una casa de reposo. Un proceso minucioso que -según los realizadores- requirió de conversaciones previas, permisos especiales y, sobre todo, respeto. “Es un trabajo de confianza, reciprocidad y profunda amistad”, dice la productora de la cinta a La Tercera PM.
La oficina de un detective privado es la primera locación que muestra El Agente Topo, el más reciente documental de la realizadora nacional Maite Alberdi, hoy preseleccionado en dos categorías de los Premios de la Academia.
Según ella misma ha contado, la idea original era hacer una película tipo film noir, una historia de detectives. Y en esa búsqueda conoció al detective privado Rómulo Atkins, con quien la documentalista incluso trabajó como asistente durante un tiempo. Finalmente, cuando Alberdi conoció a Sergio Chamy, el hombre de 83 años que postuló al trabajo de investigador a través de un anuncio en el diario, supo que su foco y su historia serían otros.
“Me enamoré de Sergio”, dijo Alberdi días atrás, en una reciente entrevista con el diario británico The Guardian, donde cuenta que convenció a Atkins de elegir a Chamy como su “agente topo”. ¿La misión? Infiltrarse en un hogar de ancianos de la comuna de El Monte para averiguar cómo el personal del recinto trata a la madre de una clienta que pidió los servicios del detective.
Con esa premisa, la directora comenzó a dar forma a uno de sus trabajos más sólidos y también uno de los más celebrados de su exitosa carrera como documentalista. Estrenado oficialmente en el Festival de Sundance, en enero de 2020, el filme tuvo un comentado paso por festivales y llegó al público chileno en agosto a través de plataformas como Cinépolis Klic y Cining, en agosto pasado, para meses después ser anunciada como la carta chilena para los premios Goya y los Oscar, donde hoy figura entre los títulos preseleccionados a Mejor documental y Mejor película extranjera.
Pero fue con su llegada a Netflix, la semana pasada, que El agente topo parece haber amplificado definitivamente su alcance y llegado a un público más numeroso en el país. Así lo evidencian las redes sociales, que en los últimos días se han inundado de elogios para la película, pero también de discusiones sobre los límites entre documental y ficción, así como preguntas en torno a los eventuales consentimientos y autorizaciones involucradas para registrar la cotidianidad de una casa de reposo.
Distintos temas que generan curiosidad entre los espectadores y que han motivado inquietudes -y debates- diversos, sobre todo al tratarse de una cinta cuyos protagonistas son adultos mayores. ¿Cómo mostrar una realidad compleja cuidando la privacidad y vulnerabilidad de los involucrados? ¿Cuáles fueron los aspectos éticos que consideraron los realizadores del filme al momento de filmar? ¿Se debe contar con la autorización de los involucrados al momento de hacer un documental? ¿Cómo se hizo, finalmente, una película como El agente topo?
“Bellísima El Agente Topo, pero se me apretó la guata pensando en los consentimientos éticos para filmarles así”, comentó la investigadora Macarena García a través de Twitter. “¿Es válido ocupar a personas que no tienen plena conciencia de que están siendo filmadas en su intimidad y hacer público esto? Me imagino que tienen la autorización de las familias, pero igual me hace ruido”, respondió otra usuaria de la red social. “Yo creo que lo verdaderamente inmoral es la profunda falta de valoración de la vejez en la sociedad en que vivimos”, fue otro de los posteos en torno a los aspectos éticos del documental. Si bien Alberdi ya había hecho un filme protagonizado por adultos mayores (La once), no suscitó las mismas preguntas que su último trabajo.
Según explican los realizadores de la película, Alberdi y su equipo contaban con la autorización del Hogar San Francisco para grabar en su interior antes incluso de decidir que la historia que finalmente contarían sería protagonizada por Sergio Chamy. De hecho, tal cómo la realizadora explicó a Dalai Chamy, la hija del protagonista, ya tenía horas de metraje como parte del “documental sobre la tercera edad” que les permitió filmar dentro de la casa de reposo.
Tanto Atkins como Sergio Chamy estaban al tanto de las grabaciones que registrarían sus pasos y su misión en el hogar. También Dalai Chamy, quien incluso aparece en la primera parte del filme preguntando en cámara si esto puede traer algún tipo de problema legal para su padre. “Dalai, y si estás preocupada por la película, nosotros hace un tiempo que ya estamos grabando en el hogar, y en el hogar saben que si llega alguien nuevo, nos vamos a enfocar en él, que en este caso, es tu papá, pero en el hogar no saben que él es un espía”, aclaró Alberdi en cámara.
“Cuando conocimos el hogar San Francisco, y supimos que este sería el hogar de filmación, lo primero fue reunirnos con su directora y luego con los miembros del directorio del hogar. Les contamos que queríamos hacer un documental sobre la tercera edad y filmar a los residentes en su día a día”, detalla a La Tercera PM Marcela Santibáñez, productora general de El Agente Topo.
“Desde un inicio planteamos que nuestro método de filmación era de observación y que grabaríamos todo, lo bueno y lo malo. Una vez que ellos se interesaron con el proyecto organizamos una gran reunión con todos los residentes y sus familiares – tutores legales- para contarles lo que teníamos pensado hacer”, detalla Santibáñez, quien por estos días está junto a Alberdi en una serie de reuniones y conferencias a propósito de la preselección del documental a los premios de la Academia.
En esa ocasión, las realizadoras mostraron al grupo el documental de Alberdi Yo no soy de aquí (2016), que también transcurre en una casa de reposo. Allí les explicaron que estarían con cámaras en la residencia por un tiempo estimado de 3 a 4 meses, y que filmarían el día a día del lugar.
Luego dejaron el espacio abierto para aclarar las dudas de los residentes y trabajadores. Desde preguntas prácticas -cuánto tiempo estarían allí, qué tan grande es el equipo o si harían entrevistas-, hasta preocupaciones como los momentos a filmar y si podrían ver dicho material antes del corte final.
“Entendíamos que una autorización para filmar de forma continua era difícil, porque estar con alguien todo el día hace que puedas ver los momentos tristes, los dolorosos, los entusiastas y los más difíciles. Pero ese era el punto justamente, el mostrar la realidad tal como ocurre en este lugar y con este punto siempre fuimos claras: mostraríamos todo, los días difíciles, los más felices y también los dolorosos, son también parte de la vida”, dijo la productora.
Posteriormente, el equipo de producción hizo entrega -a todos los residentes del hogar- permisos de uso de imagen, documento que detalla lo explicado anteriormente por Santibáñez. Una autorización que debía ser firmada por todos los residentes, sus tutores legales y todas las personas que trabajaran en el hogar.
“Hubo un par de residentes que no quisieron ser parte de la filmación y no hubo problema, anotamos sus nombres y nos aseguramos de no grabarlos. Estos no aparecen en la película nunca. Nos pasó incluso que algunos que habían aceptado y firmado se sentían incómodos a medio camino y los dejamos fuera de inmediato”, detalla la productora.
“En este trabajo no puedes aspirar a que alguien te firme un papel y eso te faculta a ti a filmarlo todo. Ese papel es solo algo legal. Este trabajo se construye en base al respeto mutuo, a desarrollar una relación de confianza. Y si en ese proceso alguien no está cómodo, de allí jamás saldrá nada, por más que tengas un papel. Renuncias a seguir porque no estarías respetando la relación humana de base. Es un trabajo de confianza, reciprocidad y profunda amistad”, añade.
En ese sentido, con los residentes del hogar que sufrían algún tipo de demencia senil, el equipo de trabajo tras El Agente Topo evaluó cada día cómo se sentían ante la cámara. Lo hicieron con todos los firmantes, ya que en más de un caso ocurrió que al cabo de unos días se dieron cuenta que no estaban cómodos. “Es parte de un pacto implícito que tenemos los documentalistas en los entornos en los que trabajamos, y que va más allá del resquicio legal”, dice Santibáñez.
La premiere en el hogar
Finalmente las cámaras registraron más de 300 horas de material en el hogar; momentos alegres, tristes, dolorosos, pero sobre todo, un reflejo del peor mal que aqueja a la vejez: el abandono y la soledad. Una reflexión en voz del mismo Sergio Chamy al desempeñarse como infiltrado en la casa de reposo.
Un relato impactante que los residentes del hogar San Francisco quisieron dar a conocer a través de su experiencia, por cruda que fuese. De hecho, al finalizar el primer corte del documental, Maite Alberdi y su equipo mostraron la película en el hogar. Una instancia descrita como “muy especial” por Santibáñez.
“Cuando llegó el día de mostrarlo, nos juntamos en una sesión privada en la casa de post producción con la directora y parte del staff. Les contamos la verdad sobre Sergio, y que el nombre de la película era ‘El Agente Topo’. Estaban muy nerviosas cuando empezó, pero a medida que pasó el tiempo se emocionaron, rieron y lloraron juntos. Al finalizar nos dieron un enorme abrazo y nos agradecieron”, recuerda la productora.
“Considero que efectivamente se estaba mostrando la realidad de nuestro país”, dice por su parte Patricia Pinto Aguilar, psicóloga clínica y psicogerontóloga de Fundación GeroActivismo, entidad que también ha seguido de cerca el filme de Alberdi y sus repercusiones. “Personas mayores que a pesar de haber jubilado siguen buscando trabajo porque las pensiones en nuestro país son una miseria, lo que muestra la inequidad socioeconómica y vulneración de derechos que siguen presentando este grupo etario”.
“A la vez, se da a conocer la brecha digital, el desconocimiento de las nuevas tecnologías por parte de las personas mayores y también la falta de capacitación y paciencia de las generaciones más jóvenes al intentar enseñar a usar estas tecnologías. Por ejemplo, el celular que se le pasa al agente encubierto, uso de WhatsApp, videollamadas y otras, cada vez más necesarias en tiempos de pandemia que nos ha obligado a la distancia social y al contacto virtual”, analiza Pinto, quien se especializa en establecimientos de larga estadía.
“Si hay abandono, aislamiento, y exclusión de las personas mayores, es porque el Estado no ha tomado las medidas suficientes, porque las familias en muchas ocasiones se han desprendido de su deber humano y social del cuidado, y porque las comunidades no integran de forma suficiente. Pero también es porque las mismas personas mayores no siempre se sienten sujetos y sujetas de derecho para exigir que se garanticen sus derechos. Por tanto, no solo hay que analizarlo desde un punto de vista sociocultural, de salud, sino sobre todo ético y de derechos”, añade Pinto.