A propósito de los diversos síntomas y signos de viejismo que hemos observado en este loco mundo de crisis sociales, pandemias y emergencias medioambientales, me gustaría plantear una pequeña reflexión sobre el poder del lenguaje y cómo éste evidencia las percepciones y juicios que compiten en nuestra sociedad. Este es un poder que todos manejamos y, por tanto, todos somos capaces de ejercerlo (para bien o para mal).
La vejez y el envejecimiento son construcciones sociales. Prueba de ello han sido los profundos cambios que han experimentado las denominaciones que se le otorga a este grupo etario. Hace varias décadas, la mirada hacia el “viejo” era primordialmente caritativa, dado que estos representaban muchas veces el rostro de la vulnerabilidad, la pobreza y la calle, y no existía mayor apoyo hacia ellos. En aquel entonces, la caridad provenía principalmente de organizaciones religiosas (en el caso de las personas mayores en estado de abandono), o bien, la existencia del viejo se limitaba al ámbito doméstico, donde su único rol es el de “abuela” o “abuelo”. Es decir, nos referíamos a ellos como los “ancianos” (expresión de debilidad, pasividad, enfermedad, entre otros) o como los “abuelitos”. Sin embargo, en Chile el mundo público y el Estado comienzan a adquirir un rol más activo frente a esta población en 1995, cuando nace la “Comisión Nacional para el Adulto Mayor”, que posteriormente llegaría a llamarse Servicio Nacional del Adulto Mayor (SENAMA). Es más o menos en esta época cuando se genera un salto en el lenguaje, intentando cambiar las denominaciones de la vejez hacia “tercera edad” o “Adultez mayor”, términos que buscaban ser menos peyorativos. Sin embargo, estos conceptos eran un tanto reduccionistas, limitando a los viejos a una sola característica (la de ser mayor), coartando otros ámbitos de su vida, y reproduciendo el estereotipo del viejo asexuado, sin roles que cumplir, pasivo, y sin opinión. Por ello, se evoluciona posteriormente hacia el concepto de “Persona Mayor”, entendiéndolos también desde otros roles (ser persona, ciudadano, sujeto de derechos, entre otros).
Hasta el día de hoy, todas esas denominaciones aún conviven. Muchos todavía emplean el concepto de “Hogares de Ancianos”, o vemos desafortunados titulares de diario que hacen referencia al “Abuelito”. No obstante, yo veo esta evolución como una transformación positiva en la lucha contra el viejismo. Ahora, queda preguntarse ¿Qué viene más adelante? ¿Sería posible que el término siga cambiando?
Johnny Cohen-unsplash
A continuación, quisiera compartir con ustedes una visión muy personal. Yo, por un lado, estoy a favor de la terminología de la “persona mayor” y la prefiero. Pero, por otro lado, creo que esta transformación que se viene dando hace años también debería dar un lugar de honor a los conceptos de “vieja” y “viejo”. Existe gente que reniega de denominarse a sí mismo y a otros como viejo. En ocasiones, se cree que decir “viejo” es una ofensa. Por ejemplo, hay quien dice “Yo no soy vieja, la juventud se lleva por dentro” o “que mal, me llegó el viejazo”. Sin embargo, quisiera postular ¿Qué pasa si el problema no está en la palabra sino en nuestros propios prejuicios? Yo me pregunto, ¿Por qué sería malo ser vieja o viejo? ¿Por qué viejo o vieja no pueden ser descripciones neutras, al igual que decir “alto” o “bajo”, o “moreno”, “castaño” y “rubio”? Hay quienes niegan la edad, planteando que la edad es solo una idea, que no significa nada, que lo que importa es la persona. Pero ¿Por qué debería no importar la edad? ¿Acaso no es la edad una muestra de nuestro paso por este mundo, nuestras experiencias y nuestro tiempo con quienes amamos? ¿Por qué quitarse años? Personalmente, el día en que mi carnet diga que tengo más de 60, estaré orgullosa de poder decir que soy vieja y punto.
Es más, por ahí por el 2017 adquiere renombre una obra de teatro titulada “Viejos de mierda”, escrita por Rodrigo Bastidas y Jaime Vadell, y protagonizada por Coco Legrand, Tomás Vidiella y el propio Vadell. La obra fue un rotundo éxito, y le siguó “Viejas de mierda”, otro exitazo con la actuación impecable de Gloria Munchmayer, Gabriela Hernández y Gloria Benavides. Los provocativos títulos de estas obras parecen evidenciar la necesidad de que sean los mismos viejos los que se hagan dueños de su denominación. Así, este es un empoderamiento lleno de ironía, de humor y creatividad, que demuestra que ser viejo no tiene nada de malo, donde ellos mismos se dicen viejos e incluso “viejos de mierda”. De hecho, en ambas obras son los viejes quienes se rebelan contra estructuras establecidas, a tal punto que unos se deciden a echar abajo el edificio del Costanera Center -símbolo inequívoco del neoliberalismo- y otras se niegan a obedecer los designios del mismísimo cielo mientras esperan en el purgatorio. Además, durante ambas historias estos viejos se cuentan sus vidas, sus penurias y alegrías, dando cuenta de que “viejo” no es solo una descripción de la edad de un individuo, sino que hace referencia a quien ha vivido mucho y a acumulado innumerables experiencias. En este sentido, el “vieje” no es solo eso, también es persona, es hombre, mujer, padre, pareja, ciudadano y todo lo que desee.
Por eso mi sueño es que, cada día más y más personas eviten el “anciano” o “abuelito” para referirse a las personas mayores y que, además, lleven ese gesto y esa transformación del lenguaje al siguiente nivel: que hablen de los viejos y viejas con naturalidad y respeto, inspirándose a querer ser vieja o viejo. Porque para mí, no es necesario “llevar la juventud por dentro” sino vivir plenamente los años que se tienen. Incluso me atrevo a decir que, cuando las palabras viejo o vieja hayan perdido su tono negativo, el día en que ya no se consideren una ofensa, será cuando le hayamos torcido la mano al viejismo. Para mí, ahí se evidencia el poder de la palabra, y allí es donde cada uno de nosotros puede aportar a esta transformación. Por eso se hace inmensamente relevante el lenguaje que elegimos, y ojalá, si estás de acuerdo conmigo, decir vieja o viejo sin prejuicios y sin miedo.
Psicogerontóloga y Secretaria de Fundación Geroactivismo
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Antes de comenzar, quiero decir que escribir esta columna me ha sido muy difícil. Pensaba que tal vez no encontraría las palabras para dimensionar lo complejo que debe ser para las personas mayores residentes, los equipos de trabajo y los familiares, estar viviendo la crisis sociosanitaria más grave de la época moderna, siendo, además, la que ha impactado de manera tan desgarradora a este grupo. Ante esta realidad, la Organización Mundial de la Salud ha identificado a las personas mayores que viven en estos centros como una población vulnerable que tiene un riesgo mayor a la infección, debido a la convivencia con otros que no son sus familiares (OMS, 2020).
El impacto, gravedad y letalidad
del contagio del COVID-19 en las residencias, comenzamos a presenciarlo
mediante los medios de comunicación internacionales, los que aludían a la gran
cantidad de personas mayores contagiadas en estos centros habitacionales. Según datos recientes, se estima que se han
registrado más de 16.000 fallecidos por esta causa, y esto, sólo en residencias
de personas mayores en España (BBC, 2020).
Frente a esta lamentable situación, las críticas han sido principalmente dirigidas a la falta de información y mala gestión de las autoridades, así como a las medidas insuficientes en torno a esta población altamente vulnerable. A la vez, se cuestiona el manejo de los equipos intraresidenciales, se menciona por ejemplo, la escasa claridad de la información respecto al estado de salud de los residentes, llegando en algunos casos, a no informar a los familiares sobre fallecimiento de sus parientes, de esta manera se vulnera una gran cantidad de elementos esenciales de derechos humanos que se indica según organismos internacionales, que deben estar presentes en los servicios de cuidado a largo plazo, como se observa en la siguiente gráfica:
Fuente: Cepal, 2000
De manera paralela se han ido
conociendo paulatinamente algunos testimonios de integrantes de equipos de residencias,
quienes también interpelan, destraban malas prácticas y refieren los altos
niveles de angustia, estrés, cansancio, incertidumbre y desorientación
experimentados durante este periodo, demostrando así el impacto gravísimo a
nivel de la salud mental de los residentes y equipos, sin dejar de incluir el
temor a ser contagiados y la sensación de que están arriesgando sus familias y
vidas por su trabajo.
La pandemia y su impacto en
las personas mayores institucionalizadas, el caso chileno
Las estadísticas de los casos
confirmados de coronavirus y de las muertes asociadas no solo han aumentado,
sino que han ido al alza día tras día. Al día de hoy, martes 3 de junio del
2020, el Ministerio de Salud anunciaba que se han pesquisado y confirmado 21.605
personas que presentan el virus y que, a la fecha, han fallecido 1.275 bajo la
misma premisa, siendo una curva de rápido ascenso, que aún no muestra llegar a
su pick. Respecto al grupo etario que ha sido más impactado en nuestro país es
la población de los 25 a 54 años donde se encuentra el 62,3% de las personas
contagiada. Por su parte, las personas mayores, que van de los 60 años en
adelante, cubren el 14,6% de la población contagiada. Algunos dirán que no es
preocupante ese porcentaje, sin embargo, según lo extraído del Informe
Epidemiológico n° 22 del Ministerio de Salud del 1 de junio de este año
(MINSAL, 2020), a pesar de que las personas mayores no son el grupo etario con
mayor número de contagios, el problema está en que este grupo presenta la tasa
más alta de hospitalización, por tanto de complejidad del cuadro, además, son
los hombres mayores quienes presentan más riesgo de hospitalización e incluso
doblan la tasa en relación a las mujeres. Considerando estos datos, las
personas mayores presentan un riesgo más alto de letalidad.
Fuente: Reviste Nuve
¿Y qué pasa con las personas
mayores en residencias de larga estadía? Hemos visto, al igual que ocurre en
otros países, y esperemos no lleguemos a los números de España, ha ido en
aumento la cantidad de personas mayores contagiadas con COVID-19. Hace un poco
más de una semana, la SEREMI de Salud convocó a una reunión de emergencia a
representantes de SENAMA, de la Agrupación de ELEAM y de otros departamentos
técnicos del MINSAL, con el objetivo de revisar la situación de estos centros,
los que al 25 de mayo contaban con 137 brotes de COVID-19 al interior de sus
instalaciones (SEREMI, 2020).
La situación es sumamente
crítica, en los 419 ELEAM formalizados, es decir, que cuentan con autorización
sanitaria y que suman 4.000 residentes, el 20% de esas personas mayores (¡801
personas!) han contraído el virus. Además, según información de La Tercera del
29 de mayo, el 22,1% de los decesos de la región metropolitana fueron de
personas mayores institucionalizadas (La Tercera, 2020).
Durante el periodo de pandemia,
la SEREMI ha fiscalizado a cerca de 200 ELEAM, es decir, sólo el 48% de los 419
centros con autorización, de los cuales ha iniciado 112 sumarios sanitarios, por
tanto, se han encontrado deficiencias sanitarias en un 60% de los centros
fiscalizados. Las principales faltas son: la ausencia de Director Técnico,
escases de personal y falta de supervisión en uso y disposición de equipo de
protección personal, como mascarillas, batas y otros. Importante destacar que
tanto los brotes de COVID como los sumarios, han ocurrido en todo tipo de
residencias, sean públicas o privadas. Esto fue presenciado en un inicio en
residencias en Ñuñoa, Puente Alto y luego se han pesquisado nuevos en focos en distintas
comunas y ciudades de nuestro país.
Lamentablemente estos datos tan
alarmantes, corresponden sólo la información oficial, a la que podemos acceder,
pensemos y les traigo a la mesa un documento del Instituto Nacional de Derechos
Humanos, quienes el 2018 presentaron una radiografía de los ELEAM en Chile,
mencionado que del 2012 al 2018, se registraron a lo largo de Chile 1.024
denuncias relacionadas con los ELEAM, entre ellas se menciona que a esa fecha,
de los 717 establecimientos de larga estadía, 457 funcionan de forma
clandestina, donde más del 90% se concentra en la Región Metropolitana.
Además, se realizaron diversas denuncias, 119 por maltrato, 80 por déficit en
condiciones sanitarias, 23 por falta de cuidados y las otras denuncias fueron
por déficit en el recurso humano o infraestructura deficiente (INDH, 2018). En
síntesis, se puede asegurar que aproximadamente existen entre 400 a 500 ELEAM
clandestinos, sin autorización, no regulados y, por lo tanto, no fiscalizados. Lo
que ocurre al interior de dichos espacios seguirá siendo una incógnita, hasta el
día que existan denuncias respecto a su funcionamiento y el estado de salud de
las personas mayores y de los equipos de trabajo.
Junto con esa cruda realidad que
queda a la penumbra, existen otras experiencias de equipos de ELEAM de trabajan
con el interés genuino de ofrecer una buena calidad de la atención, de realizar
acompañamientos terapéuticos interdisciplinares, en donde fluyen las ideas
innovadoras, el anhelo de un trabajo en equipo, la implementación de acciones y
actividades que promuevan el buen trato y el respeto a los derechos humanos de
los residentes. Y sé de primera fuente, que en ambos espacios se ha hecho todo
lo humanamente posible para evitar los brotes de contagio e intentar a toda
costa que esto genere un desmedro en la calidad de vida, lo que es sumamente
difícil y en momentos imposible.
Y esta última, es la experiencia
que tuve en los dos centros de larga estadía en los que trabajé y por eso me
duele tanto seguir viendo noticias que muestran acciones negligentes en las que
se vulneran derechos, sea por desconocimiento o con alevosía.
Volviendo a la importante reunión
convocada por la SEREMI, en ella participó Mario Melin, vocero de los ELEAM de
la Región Metropolitana, quien describió cómo han enfrentado la crisis del COVID-19,
señalando que “ha sido un trabajo duro, ya que los ELEAM no estábamos
preparados para una pandemia” (SEREMI, 2020).
Es verdad, ¿qué organismo pudo
prever la rapidez y tan alta tasa de contagio?, ¿quién o quiénes pueden estar
preparados para enfrentar una catástrofe de esta envergadura?, ¿con qué
recursos tanto internos a las residencias como del intersector pueden dar cabida
a la cantidad y gravedad de los casos?, y junto con esto, me pregunto también,
¿los familiares siempre están al tanto de los protocolos de acción dentro de
las residencias, estaban en contacto con su madre, padre o abuelos/as, los
visitaban, acompañaban?, ¿cuántos profesionales y técnicos, entre ellos mis
colegas psicólogos/as se forman y quieren dedicarse al trabajo con personas
mayores y trabajar en una residencia?, ¿cómo los grandes empresarios y directivos
de las fundaciones no pensaron que el formato actual de residencias, que
incluye más de 70, 100 o 200 personas por casa, no podría ser un foco no sólo
de contagio, sino un formato irreal de hogar?.
Todas y muchas otras preguntas
resuenan en mi cabeza, a propósito de mi experiencia en una pasantía que hice
en una residencia pública en Barcelona hace 4 años, y luego en mi trabajo como psicóloga
en una residencia de larga estadía en Santiago de Chile durante casi 3 años
años, labor que terminé hace unos meses y semanas antes del inicio del COVID.
Sin saberlo, es probable que haya sido la ultima vez que haya visto a los ojos
a tantas de las queridas personas mayores que conocí en dichos espacios. Y eso
duele, se me aprieta el corazón al recordar todos los espacios de encuentro que
fomentamos y que hoy son imposibles de realizar. Muchos recuerdos de mis días
de trabajo en ambas residencias se han venido a mi mente durante estos días,
los recuerdo vívidamente, a propósito de tantas noticias, de tantas malas
noticas, que veo y escucho a diario en relación al impacto del coronavirus en
las personas mayores que viven en residencias.
Destaco y pongo el acento
justamente en la transversalidad de la responsabilidad y sin ánimo de encontrar
culpables, sino de hacernos a todos y a todas responsables de la exclusión,
discriminación, abandono e incluso deficiente calidad de la atención que se ha
brindado a este grupo etario y que, nos duela o no, hemos promovido y no hemos
querido ver. Con esto me refiero principalmente al contexto chileno, donde
desde la más alta autoridad hasta el ciudadano/a común como cada uno de
nosotros y nosotras, ha dejado a nivel de desecho de la sociedad a las personas
mayores. Puede que sea crudo leerlo, pero es verdad y tu lo sabes, porque lo
has visto y no has reparado en ello. Si no lo crees, te cuento que el mismo
Servicio del Adulto Mayor -SENAMA- el año pasado mencionaba: las personas
mayores son constantemente y siguen siendo vulneradas en sus derechos
fundamentales, primando situaciones de abandono, maltrato psicológico y abuso
patrimonial (SENAMA, 2019). Por lo mismo, y tal vez me duela decirlo, pienso
que hemos creado una sociedad que favorece que las personas mayores sean un
grupo invisible en relación a sus necesidades. Y por su parte, la crisis
sociosanitaria del COVID viene a complejizar cada uno de los ámbitos de la
persona mayor, incluyendo la precariedad en la que vive la mayor parte de ellos
y ellas.
A la fecha, habrá cambiado
escasamente esta realidad en relación a las deficiencias técnico, clínicas,
administrativas de los ELEAM, los que hoy reflejan la crisis de las residencias
de larga estadía y la urgencia de replantearnos como sociedad cómo y dónde
queremos que vivan las personas mayores, dónde ellos y ellas quieren vivir y
más aún, dónde y cómo queremos vivir nosotros y nosotras en el futuro cuando
seamos mayores. Y con esta reflexión, no quiero estigmatizar ni tildar de
negligentes a los equipos de los ELEAM, de hecho, he sido parte de ellos en dos
residencias, conozco y he vivido la alta exigencia, la gravedad de situaciones
a nivel de salud, relaciones y dinámicas interpersonales entre los residentes y
del equipo. En varias oportunidades me dediqué a escuchar y contener cuidadoras
de adulto mayor, quienes a pesar de la experiencia y conocimiento se veían
sobrepasadas. A su vez, se demandaban por pate de los equipos, mayores
recursos, así como espacios de formación, autocuidado y trabajo en equipo, los
que como sabemos están en deudas en todos los ELEAM. Por lo mismo, reitero mis
palabras no son para apuntar con el dedo, sino como lo he mencionado a lo largo
de esta columna, es un llamado de conciencia y responsabilización a nivel
individual, comunitario e institucional. La crisis de las residencias no
comenzó con la pandemia del coronavirus, se inició hace décadas, y como tantas
otras demandas sociales tan relevantes, la dejamos guarda en un cajón,
promoviendo así la vulneración de derechos de las personas mayores.
Para finalizar y reflexionando en
torno a este escenario, hoy más que nunca debemos interiorizar el llamado de la
OMS (2020), quien destaca que hay que garantizar que las personas mayores,
independiente de su lugar de vivienda, sean protegidas de COVID-19 sin estar
aisladas, estigmatizadas, dejadas en una situación de mayor vulnerabilidad o
sin poder acceder a las disposiciones básicas y a la atención social. Hoy
tenemos esa oportunidad.
Referencias
BBC. (2020). Noticias internacionales. Coronavirus en
España | «Murieron en silencio y solos”: la indignación de los familiares
de los fallecidos en residencias para ancianos. Extraído de https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52509480
CEPAL. (2000). Comité de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales. “El derecho al disfrute del más alto nivel posible de salud”,
Observación General N° 14 (E/C.12/2000/4), Nueva York, Consejo Económico y
Social.
Instituto Nacional de Derechos Humanos -INDH-. (2018). Derechos
de las personas mayores y obligaciones del Estado: situación de los niveles de
cuidado entregados por establecimientos de larga estadía. Chile
MINSAL. (2020). Informe epidemiógico
n° 22 Enfermedad por SARS-Cov2 (COVID-19). Chile 1 de junio 2020.
OMS. (2020). Coronavirus disease 2019
(COVID-19), 17 March 2020.
SEREMI. (2020). SEREMI de
Salud RM convoca a reunión de emergencia para revisar la situación de ELEAM.
Extraído de https://seremi13.redsalud.gob.cl/seremi-de-salud-rm-convoca-a-reunion-de-emergencia-para-revisar-la-situacion-de-eleam/
Por Agnieszka Bozanic, Patricia Pinto y María José Ron
27 Mayo 2020
En estos tiempos de pandemia, la violencia de género se ha incrementado considerablemente. El confinamiento doméstico impone una proximidad física permanente con el agresor y propicia el riesgo de violencia, su gravedad y reiteración. El 70% de las llamadas de emergencia han correspondido a casos de violencia contra mujeres, según el Ministerio de la Mujer.
En este contexto, como Fundación GeroActivismo no queremos dejar pasar la oportunidad de visibilizar el brutal femicidio de Carmen del Pilar Toro Durán, mujer de 68 años, ataque perpetrado el 21 de mayo en la comuna de Coronel. Este dramático hecho es de conocimiento público, sin embargo, no ha recibido la suficiente condena o visibilización, como sí ha ocurrido con otros casos de niñas o mujeres jóvenes, que han sido igual de lamentables y repudiables, pero han tenido una alta connotación pública.
Expresamos nuestro total repudio a la golpiza, violación y posterior asesinato de Carmen que responde a la más vil de las violencias machistas. La violencia de género afecta a todas las mujeres por igual, pues el machismo no distingue de edad.
Las mujeres mayores, al igual que otros grupos etarios, están expuestas a la violencia de género y sexual. Un estudio español demostró que el 40% de las mujeres españolas mayores de 65 años ha soportado por más de 40 años violencia de género perpetrada por su marido, manifestada a nivel físico, psicológico, sexual y/o económico.
Lamentablemente, una imagen aceptada comúnmente por la sociedad es que las mujeres mayores son seres asexuados y que por ende no pueden sufrir este tipo de violencia. Esta creencia, al igual que muchas otras donde se reproduce una imagen desvalorizada del envejecimiento y vejez, corresponde a un edadismo sexista y no hace más que contribuir a la invisibilización de las violencias machistas en la vejez y, por supuesto, perpetuar el ciclo del edadismo, estigma y maltrato.
Hacemos un llamado a las autoridades políticas como SENAMA y el Ministerio de la Mujer para que garanticen los derechos humanos de las mujeres mayores, quienes cotidianamente se enfrentan a situaciones que merman su calidad de vida y dignidad. Adicionalmente, les invitamos a crear estrategias preventivas para la violencia de género con un enfoque de género y derechos humanos, desde un modelo del curso de vida y con un abordaje gerontológico, que promuevan, protejan y aseguren el reconocimiento y pleno goce y ejercicio de los derechos fundamentales en condiciones de igualdad, poniendo énfasis en las mujeres mayores, tal como lo señala la Convención Interamericana sobre los DDHH de las Personas Mayores.
Por último, el llamado también va para todas nosotras, las que nos hacemos llamar feministas. Especialmente a las que, en alguna medida, le restaron la importancia que merecía este hecho abominable. No hay que olvidar que las mujeres mayores, son mujeres antes que mayores. Que muchas de las prácticas que hoy nos afectan a mujeres más jóvenes también les afectan a ellas, aunque sean una población particular con necesidades específicas. Es tiempo de comenzar a hablar de los “feminismos viejos” o “gerofeminismos” como un feminismo contra-hegemónico que despierta desde el alero de la reivindicación más profunda del envejecimiento y la vejez. Es tiempo de dar cabida a algo más que al feminismo euroblanco adultocéntrico. Porque ese feminismo termina olvidando a las minorías por la raza, identidad de género, orientación sexual, discapacidad, pero por sobretodo por edad. Las luchas están entrelazadas y conectadas y solo unidas podremos hacer frente a lo que venga.
Corría el año 1987 y las integrantes de la Red Mundial de Mujeres por los Derechos Reproductivos acordaron declarar el 28 de mayo como Día Mundial de Acción por la Salud de las Mujeres. El objetivo de este manifiesto era reafirmar el derecho a la salud como un derecho humano básico al que todas las mujeres, independiente de su edad, debían acceder sin restricciones o exclusiones.
En el año 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) creó la Estrategia Mundial para la Salud de la Mujer, el Niño y el Adolescente para el 2016-2030. Según la misma organización, esta estrategia se “centra en la protección de las mujeres, los niños y los adolescentes que viven en entornos humanitarios y frágiles y en la realización de su derecho humano a gozar del grado máximo de salud que se pueda lograr, incluso en las circunstancias más difíciles”. El objetivo principal es poner fin a la mortalidad prevenible de mujeres, niños y adolescentes, de mejorar en gran medida su salud y bienestar y de realizar el cambio transformador necesario para configurar un futuro más próspero y sostenible”. Lo que parece olvidar la OMS es que el ciclo vital no termina en la adultez, que la vejez existe y que las mujeres mayores son una población particular con necesidades específicas.
Foto de @galecioflorencia
Este por esto que año, y más que nunca, el llamado es a recordar, difundir y reivindicar el derecho de las mujeres mayores a gozar de una salud física, mental y sexual, de calidad. Esto pues las mujeres mayores arrastran diversas formas de discriminación que se entrelazan y las convierte en el grupo etario más vulnerabilizado.
La vejez tiene cara de mujer. De acuerdo con los datos de la Casen 2017, se registraron 3.439.599 personas mayores en Chile, de las cuales el 55.7% corresponden a mujeres. Si hablamos de cuarta edad, 573.271 personas señalaron tener 80 años o más, de las cuales el 63,3% son mujeres.
Expertos señalan que la vejez es más precaria en las mujeres. Las mujeres tienen una mayor expectativa de vida (83.4% en mujeres v/s 77.4 años para hombres). Una mayor sobrevida, pero no siempre está acompañada de una buena calidad de vida, la cual depende de las condiciones actuales y -sobretodo- de las condiciones en que han transcurrido sus vidas.
Solo por dar algunos ejemplos, las mujeres mayores presentan más enfermedades mentales y cardiovasculares. Las mujeres tienen menos acceso a los servicios sanitarios y mayor prescripción de medicamentos. Las mujeres mayores tienen menos protección social pues los trabajos están concentrados principalmente en sectores informales, agropecuarios y de servicios. Las mujeres mayores se jubilan con una pensión menor o igual a $158.353. Las mujeres mayores están más expuestas a situaciones de abandono, aislamiento, violencia y maltrato en cualquiera de sus formas.
Es hora de migrar hacia una política en salud con enfoque gerontológico, de género y de derechos humanos. No podemos seguir dejando atrás a las “parias de las parias”, esas miles de mujeres mayores que se sustentan la economía de este país gracias a su trabajo no remunerado invisibilizado. A aquellas que proveen apoyo en labores domésticas, de acompañamiento y de cuidados de sus parejas, hijas, hijos, nietas y nietos. Aquellas que desean ser vistas como sujetas de derechos en vez de objetos de caridad presos del acérrimo asistencialismo que es nada más que edadismo positivo. Aquellas que merecen salud de calidad, tengan la edad que tengan.
La discriminación se define comúnmente como aquellos actos, prácticas y conductas que suponen un trato diferenciado hacia una persona, grupo u organización, basándose en características particulares. Recientemente, un estudio acerca de la percepción de discriminación de los chilenos reveló que el 73% ha sentido algún tipo de discriminación a lo largo de su vida, en donde el 34% respondió que fue discriminado por edad (Visión Humana, 2018). Esto demuestra que el edadismo en nuestro país es real, está presente y se ha extendido.
El edadismo es una forma de discriminación sutil y escasamente reconocida. Se basa en estereotipos, prejuicios y mitos negativos acerca de la vejez y el envejecimiento. Éstos son producto de una construcción social que subordina a las personas mayores al modo de una “profecía autocumplida”: los y las mayores se ven condicionados a asumir conductas acordes a lo esperable por la sociedad (Levy, 2017). Las formas que adopta el edadismo son múltiples y complejas. Podemos observar un micro-nivel donde el lenguaje toma el protagonismo: el elderspeak, una forma de microedadismo que se define como un estilo de comunicación condescendiente e infantilizador hacia las personas mayores, mediante el cual se producen fenómenos como ralentizar el habla, hablar más alto y usar términos cariñosos pero inapropiados (Gendron et al., 2016). A nivel macro, observamos el edadismo estructural en donde las instituciones sociales limitan y dañan a las personas mayores, impidiéndoles satisfacer sus necesidades básicas y alcanzar una calidad de vida adecuada (Galtung, 1969).
Desde un análisis unidimensional de este fenómeno, podemos decir que el edadismo es el miedo a morir reflejado en el “otro”. Lo que nos recuerdan las personas mayores es la finitud de la vida, nos evidencian que el envejecimiento es un proceso universal, intrínseco, progresivo y deletéreo (Jiménez-Hernández et al., 2010). Y en una sociedad donde la muerte es un tabú, no queremos ser ese “otro” que transita hacia el ocaso; preferimos identificarnos con la juventud (“divino tesoro”), menospreciando y muchas veces aplacando las huellas que deja el paso de la vida. En esta lógica absurda de querer vivir muchos años pero no envejecer, emergen actitudes discriminatorias y la gerontofobia, o miedo a envejecer. El edadismo es único en este sentido, pues a diferencia del racismo o del sexismo, la discriminación por edad es perpetrada y propagada por personas que algún día llegarán a ser mayores. Por lo tanto, estas actitudes y prácticas contribuyen a la propia victimización en el futuro (INADI, 2017).
En un intento de realizar un análisis sistémico del edadismo, podemos señalar que la discriminación por edad posee una estrecha relación con las ideologías y sistemas económicos capitalistas. Para nadie es un secreto que la utilización del miedo como herramienta de control social es una de las armas más afiladas del capitalismo (Klein, 2009). En períodos de “crisis”, el atomismo subjetivo (o “rásquese con sus propias uñas”) produce una división entre los ciudadanos a través de la justificación y la ejecución de la discriminación.
Entendemos que con “el otro” todo está bien en tanto su presencia no sea intrusiva, en tanto “ese otro” no sea realmente otro (Zizek, 2018). Ese “otro” adquiere características particulares: hombre, joven y soltero, es decir, un prototipo de todo aquello que considera de valor el capitalismo, entendido como un modo de producción que funciona por la acumulación del capital, explotando la fuerza de trabajo. En este contexto, el uso indiscriminado de la discriminación no es casual, sino causal. Las personas mayores adquieren ciertas cualidades que justifican la exclusión y el rechazo. Hay al menos dos imágenes colectivas creadas a partir de ideas sesgadas acerca de lo que significa ser mayor en periodos de crisis de la seguridad social y mayor gasto público gracias al envejecimiento demográfico:
(1) Las personas mayores son pasivas: las políticas sociales desde la década de los ochenta fomentan el imaginario que las personas mayores son free-riders de la sociedad, construyendo la idea de lucha generacional por los recursos. Los adultos mayores se aprovechan del trabajo colectivo de las generaciones más jóvenes, realizando esfuerzos comparativamente menores y obteniendo los mismos beneficios.
(2) Las personas mayores son explotables: la sobreexplotación del trabajo remunerado con sueldos paupérrimos disfrazados de buena voluntad, la expropiación del trabajo no remunerado disfrazado de amor, AFPs y pensiones de miseria disfrazadas como camino hacia el crecimiento macroeconómico. La política social chilena concibe a las personas mayores como objeto de asistencialismo, con una mirada restringida sobre el significado de la vejez.
Estos imaginarios son sustentados y reproducidos no solo por las instituciones chilenas, sino que es una política sistémica de las economías neoliberales. En palabras de la directora del FMI Christine Lagarde: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía mundial”, “…la vejez es un problema”. En el informe del FMI (2015) se analiza el denominado “riesgo de longevidad de la población”, identificándose el envejecimiento como una amenaza sobre las finanzas de las corporaciones y los bancos. Largarde exige a los gobiernos que reconozcan que el subvencionar el gasto del envejecimiento les puede crear un serio problema en el futuro, y que es un riesgo mayor para las grandes empresas. Para neutralizar sus efectos, se recomiendan medidas estructurales severas como aumentar la edad de la jubilación y recortar gastos sociales, entre otras. Por inverosímil que parezca, bajo esta lógica los mayores son un riesgo que debe ser eliminado, abaratándose a toda costa el costo de “mantenerlos”.
Así es como el capitalismo se convierte en el caldo de cultivo para el edadismo: justifica la marginación y exclusión de los mayores por la crisis del envejecimiento acelerado que vive nuestro país. Las imágenes estereotipadas son el medio por el cual se difunde magistralmente una realidad incompleta; estas imágenes son creadas para generar bandos entre los ciudadanos y así dinamitar la solidaridad intergeneracional, limitando la identificación y empatía con ese “otro” como el “yo” del futuro. Esta situación de vulneración tiene como consecuencias la invisibilización de las personas mayores y la falta de oportunidades equitativas de desarrollo y bienestar, derivando inexorablemente en pobreza y precarización.
Y es por esto que no importa cuántos discursos en contra del edadismo se viertan. Si no se entiende y analiza la génesis de este tipo de discriminación, jamás lograremos una lucha auténtica. Porque justamente eso es: una lucha por la justicia social. Hay que acabar con los discursos relativistas e imprecisos junto a aquellas conductas políticamente correctas que promueven acciones mitigadoras pero que no lograrán destruir al problema de raíz, pues se alejan del acto revolucionario y transformador que realmente se necesita. Y en esto último, el GeroActivismo se ha comprometido profundamente: si bien ha nacido como una plataforma digital para evidenciar el maltrato naturalizado en nuestro país, pretende mutar y posicionarse como un actor relevante en la lucha contra el edadismo.
Con esto, los invito a pensar en qué es lo que necesitamos para vencer la discriminación por edad en Chile.
Necesitamos políticas públicas desde un modelo social, colaborativo y no asistencialista. Políticas públicas que nos permitan observar cómo nos permea la ideología capitalista, y así generar una conciencia reflexiva de cómo un modelo que opera día tras día puede impactar de esta forma nuestras prácticas cotidianas, reflejadas desde el lenguaje común y corriente el cual escurre paternalismo, hasta el acto directo de rechazo hacia la convivencia con las/os mayores.
Necesitamos combatir el edadismo desde una perspectiva sistémica, observándolo como un problema país y no como un caso aislado. Es urgente comenzar a mirar este problema desde un imaginario histórico anticapitalista, sustentado desde una cultura basada en la reciprocidad y cimentada en la solidaridad intergeneracional. Para enfrentar el reto demográfico que se nos presenta hoy, el trabajo no se debe enfocar sólo en los mayores sino promover mayor solidaridad entre y dentro de cada generación, para así lograr una sociedad más cohesionada en base a valores transindividuales.
Así y solo así podremos lograr cambios sustanciales y significativos, a favor de una sociedad equitativa y amigable. Porque, parafraseando la célebre frase de Malcom X, “no hay capitalismo sin edadismo”, queda claro que la abolición del edadismo será anticapitalista o no será.
Referencias
FMI. (2015). Informe Anual. Juntos frente a los desafíos.. https://www.imf.org/external/spanish/pubs/ft/ar/2015/html/index.htm
Galtung, Johan. Violence, Peace, and Peace Research. Journal of Peace Research. 1969;6:167–191
Gendron, TL, Welleford EA, Inker J, White JT. The Language of Ageism: Why We Need to Use Words Carefully. The Gerontologist, 2016;56:997–1006. https://doi.org/10.1093/geront/gnv066
INAPI (2017). Discriminación por edad, vejez, estereotipos y prejuicios. http://www.inadi.gob.ar/contenidos-digitales/wp-content/uploads/2017/06/Discriminacion-por-Edad-Vejez-Estereotipos-y-Prejuicios-FINAL.pdf
Klein N. (2009). La Doctrina del Shock. Documental.
Levy BC. Age-Stereotype Paradox: Opportunity for Social Change. Gerontologist. 2017;57:S118–S126. doi:10.1093/geront/gnx059
Jiménez-Hernández Y, Pintado-Machado Y, Rodríguez-Márquez A, Guzmán-Becerra L, Clavijo-Llerena M. Envejecimiento poblacional: tendencias actuales. Psicogeriatría. 2010;2: 239-242.
Visión Humana (2018). Informe público Chilescopio. https://visionhumana.cl/portfolio_page/informe-publico-chilescopio-2018/
Zizek S. (2018). En el capitalismo tardío, el derecho de estar a una distancia segura de los otros, se vuelve un “derecho humano”. https://lanotasociologica.wordpress.com/2018/09/13/en-el-capitalismo-tardio-el-derecho-de-estar-a-una-distancia-segura-de-los-otros-se-vuelve-un-derecho-humano-slavoj-zizek/
(Gero= Gerontología; Activismo= acto mediante el cual se protesta en contra y a favor de algo).
Organización sin fines de lucro que promueve la construcción de una sociedad intergeneracional, inclusiva y equitativa con todas las edades. Desde el 2015, trabajamos desde el enfoque de género y DDHH.
Misión: Promover una mirada positiva del envejecimiento, vejez y la edad, visibilizando los edadismos hacia las personas mayores, en sus diversas formas realizando investigación y formación. Por lo tanto, promover una toma de conciencia acerca del maltrato multinivel y multidimensional hacia las personas mayores.
Visión: Ser la organización referente en temas de edadismo a nivel Iberoamericano, mediante alianzas estratégicas con la Quinta Hélice.
Valores: enfoque de derechos, pluralismo, feminismo, intergeneracionalidad, interseccionalidad.
Los GeroActivistas somos voluntarios que promovemos el activismo a favor de una visión positiva del envejecimiento y la vejez. Somos personas que sentimos orgullo de la edad, nos negamos a lamentarnos de haber despertado un día más, reconocemos que vivir muchos años es un privilegio, y que estamos preparados para desafiar las estructuras de poder que subyacen a la discriminación en pos de la equidad y la igualdad de oportunidades para los envejecientes.
También intentamos cambiar la imagen social del envejecimiento y la vejez, mostrando que existen tantas vejeces como envejecientes pues existen trayectorias vitales diversas asociadas a circunstancias históricas, socioculturales y económicas diferentes. Combatimos el edadismo e impulsamos una cultura intergeneracional para la creación de una sociedad amigable con los mayores.
Psicóloga Universidad de Chile. Diploma en Políticas Públicas, Envejecimiento y Sociedad Universidad de Chile. Diploma en Psicoterapia Sistémica y Familiar Universidad de Chile. Máster en Psicogerontología Universidad de Barcelona. Doctoranda Medicina e Investigación Traslacional Universidad de Barcelona. Becaria Becas Chile. Twitter
Docente en diversas universidades chilenas, relatora de cursos y talleres, expositora en congresos nacionales e internacionales.
Fundadora y Presidenta Fundación GeroActivismo.
Área de expertiz: neuropsicología, psicogeriatría, edadismo.
Patricia Pinto
Psicóloga Universidad Diego Portales. Diploma en Intervenciones Psicoanalíticas Pontificia Universidad Católica de Chile. Máster Psicología Clínica Adultos Universidad de Chile. Máster Psicogerontología Universidad de Barcelona. Docente Diploma Longevidad: Herramientas para el abordaje de la Salud Mental en el Adulto Mayor. Ex coordinadora programas Amanoz. Ex psicogerontóloga Fundación Las Rosas.
Secretaria Fundación GeroActivismo.
Área de expertiz: evaluación, atención y tratamiento psicológico en personas mayores.
Psicóloga mención comunitaria Universidad de Tarapacá. Diploma en personas mayores y demencia: abordaje gerontológico Pontificia Universidad Católica de Chile. Ex monitora Condominio de Viviendas Tuteladas. Ex Psicóloga Campus Gerontológico Universidad La República. Estudiante Máster en psicoterapia Familiar, de pareja e individual, enfoque constructivista interaccional Universidad Mayor. Twitter
Tesorera Fundación GeroActivismo.
Área de expertiz: evaluación, atención y tratamiento psicológico en personas mayores.
Sociologa Universidad Alberto Hurtado. Diploma en Indicadores y Estadísticas en Género ONU-Mujeres. Diploma en Datos y Análisis de Estadísticas Avanzadas P. Universidad Católica de Chile. Magister en Sociología P. Universidad Católica de Chile. Doctoranda Sociología, The University of Manchester. Becaria Becas Chile. Twitter
Página web Fundación GeroActivismo.
Área de expertiz: métodos mixtos de investigación (cuantitativos y cualitativos), gerontología social, sociología relacional, pensiones, historias de vida.
Natalia Barrientos
Periodista-Licenciada en Comunicación social Pontificia Universidad Católica de Chile. Diploma en Comunicación y Políticas Públicas Universidad de Chile. Máster en Dirección de Comunicaciones Universitat Pompeu Fabra.
Directora Comunicaciones Fundación GeroActivismo.
Área de expertiz: comunicación corporativa. Líder en áreas de comunicación y proyectos de marketing digital, gestión proveedores, coordinación de equipos e instituciones.